Alguien me pregunto en alguna ocasión si lo que
dicen los textos sagrados puede ser corroborado por la historia. Una excelente pregunta ya que hemos visto desde los años setenta una serie de libros, ensayos y reportajes cuyos títulos
versan más o menos así: La biblia tiene razón…encuentran tal o cual sitio o
ciudad que aparece en el libro tal y tal… etc. Hay algunos de estos estudios que
han sido bien estructurados y realizados por profesionales que han encontrado
la ciudad de Troya, por ejemplo, guiándose por lo que dice la biblia. Pero hay
otros tan absurdos como el que afirma haber encontrado la tumba y los huesos de
Jesús de Nazaret. Contradiciendo al libro sagrado que indica que hubo una
ascensión a los cielos.
Para empezar, hay que reflexionar que cuando se
habla de la existencia de los dioses en general, llámense éstos Zeus, Mitra,
Moloch o cualquier otro, sabemos que no hay pruebas de su existencia, son
evidentemente construcciones humanas. Y lo inferimos por la irracionalidad y
amoralidad de sus acciones, algunos son presa de la ira, asesinos en masa, destructores
por razones baladíes, promiscuos, y por eso inferimos que son sencillamente
proyecciones del pensamiento humano en donde se reflejan todos sus defectos y
virtudes.
Ya los presocráticos decían que era irracional
creer en los dioses por estas mismas razones y con ironía decían que si los
caballos pudieran dibujar, dibujarían a sus dioses con forma de caballo. Y es
que en realidad esto de las deidades bondadosas actuales son constructos de lo
que debería de ser el mundo: Lleno de amor incondicional, igualitario, justo, donde
el bien triunfa sobre el mal, los malos con castigados y otras tantas utopías.
Igual son constructos toda la institucionalidad
de intermediación entre el hombre y la divinidad, llamadas congregaciones,
iglesias, mezquitas, sinagogas, asambleas; creadas para la adoración, servicio devocional,
holocausto o como quiera llamársele a tantos rituales organizados, absurdos y
sin sentido orientados a alcanzar un horizonte ficticio.
Cuando se aborda este tipo de enfoque respecto
de las deidades, el creyente de hueso colorado, al oír esto, toma la salida
fácil y escapa por la puerta trasera, con el rabo entre las piernas y las manos en las orejas, invocando
su fe y diciendo que para el existe su dios y que no le importa si hay o no
evidencias; que él cree que existe y por lo tanto existe. Lo siento aquí en mi
corazón –dice poniendo la mano en el pecho - y tiende entonces a entrar en fase
de negación ante la falta de evidencias, a encerrarse en su mundillo imaginario
y para fortalecer su creencia empieza a relacionarse solo con personas que
piensan como él.
A tal punto llega la ensimismada doctrinaria,
que llegan a inventar formas rebuscadas de auto convencerse de sus creencias.
Incluso llegan a inventar delitos imaginarios como el pecado o la herejía, que por
cierto, en algunos grupos se castiga con la expulsión y desconocimiento social,
y en otros, con la muerte física simplemente por poner en duda la existencia de
su amado dios.
Otros grupos elaboran listas de libros
prohibidos que obviamente no hay que leer, queman bibliotecas enteras o mandan a
masacrar grupos de personas porque no piensan como ellos. Tal el ejemplo y destino
de la biblioteca de Alejandría y de los Cátaros al sur de Francia mandados a matar por el papa Inocencio.
Pero vivimos en América y aquí fácilmente y sin
mucho esfuerzo rechazamos la existencia de los dioses egipcios, griegos,
romanos, orientales, etc. con excepción del dios de cualquiera de las
religiones que vienen de la descendencia de Abraham. Recordemos que el judaísmo
y el cristianismo vienen por la línea de Isaac y el Islam por la de Ismael. Durante
la invasión española en América, los dioses mayas y sus lugares sagrados fueron
borrados de la historia por la imposición del dios cristiano y luego de cinco
siglos, pocas personas ponen en tela de juicio su existencia.
Y es que en principio no podemos decir que un
dios existe porque yo creo que existe y porque gran número de personas así lo
creen. El consenso de la mayoría no es necesariamente la verdad. Antes de
Aristóteles todo el mundo creía que el mundo era plano pero esa creencia
mundial no le quito un milímetro a su esfericidad.
Los asuntos de fe, que son totalmente
irracionales, entran en la categoría de las opiniones y está bien. Todo el
mundo tiene derecho a tener su propia opinión. A lo que no tiene derecho es a tener
sus propios hechos. Los hechos son o no son, independientemente de lo uno crea.
En este punto tenemos que recordar que al
hablar de evidencias, la carga de la prueba radica, como en el caso de la
existencia de los dioses, en la persona que hace la afirmación. Si yo digo que durante
la primera mitad del siglo primero de la era común, existió alguien llamado
Jesús de Nazaret (Joshua ben Josef) y se nos da una ubicación temporal y
espacial específica, entonces la hipótesis histórica debe ser confirmada con
evidencias al respecto. Evidencias que por cierto, para ser creíbles, deben
provenir de fuentes independientes, verificables y con los criterios mínimos que
establece el estudio de la historia.
El problema de tener un solo libro
sagrado, escrito por los mismos creyentes, como única fuente de información, es
que no hay forma de verificarlo en relación con otras fuentes independientes, por
lo tanto no hay contra que compararlo.
Otro problema es que todos los libros sagrados
se definen a sí mismos como verdaderos ¨Este
libro contiene la verdad porque está escrito/inspirado por dios y como está
escrito/inspirado por dios entonces contiene la verdad¨ y llegan así, inevitable y convenientemente, a
un principio tautológico, irresoluble por definición y no valido para el análisis
histórico.
Pero sucede que filólogos, historiadores y
especialistas en cristianismo primitivo saben perfectamente que de las
aproximadamente 200 obras escritas en el tiempo de Jesús que a la fecha
sobreviven y cuyos autores son judíos, griegos y romanos del siglo primero, en
ninguna de ellas se hace mención de un Jesús de Nazaret. Ni siquiera Filón de
Alejandría ni Justo de Tiberíades, quien fue un historiador galileo contemporáneo,
lo mencionan en lo absoluto.
Por supuesto que los creyentes responden, en
forma casi automática, que dichos autores no lo mencionan porque le tenían
envidia, celos o porque el diablo actuaba en ellos. De la misma forma, los más
instruidos, acuden a las supuestas evidencias que aparecen en la carta escrita
por Plinio el Joven al emperador Trajano, en un texto de Suetonio y por
supuesto en el famoso testimonio Flaviano. Sin embargo en estos casos se trata básicamente
de situaciones claramente identificadas por paleógrafos: son corrupciones de
nombres y de interpolaciones, ya sea por incompetencia o maledicencia.
El caso más famoso y estudiado es el de Flavio
Josefo (José hijo de Matías), historiador judío, quien en el año 64 escribe en Roma
sus obras Las Guerras de los Judíos y Antigüedades de los Judíos. Estas obras
permanecieron en poder de las elites intelectuales y políticas de Roma hasta
que a finales del siglo segundo, cuando son apropiadas por apologistas
cristianos, entre ellos Clemente de Alejandría y su discípulo Orígenes y por
Irineo de Lyon, principalmente.
Es interesante que estos apologistas
cristianos, que conocían la obra de Flavio Josefo, no mencionen el testimonio
Flaviano en sus propias obras. El famoso párrafo donde se menciona a Jesús de
Nazaret -el Cristo- aparece súbitamente en el libro 18, de las Antigüedades de
los Judíos, solo a partir de principios del siglo cuarto, ya que en copias
anteriores no se encuentra.
Este párrafo es esgrimido a partir de esa época
como la gran prueba histórica de la existencia de Jesús de Nazaret por Eusebio
de Cesaréa, quien es nada menos que el padre de la historia de la iglesia de
acuerdo con los católicos. Entre las muchas obras de Eusebio existe una particularmente
interesante y es una correspondencia enviada por él al príncipe de Edesa, quien
en ese tiempo se había declarado cristiano seguidor de Jesús y que había hecho
una significativa contribución económica a la iglesia; Eusebio le obsequia una
carta escrita por el puño y letra del mismísimo Jesús de Nazaret donde
felicitaba a ese príncipe por creer en él. Claro que esto se explica porque
siendo Jesús de Nazaret un dios pues sabía, 400 años antes, que iba a existir
un príncipe de Edesa que iba a creer en él. Un bucle temporal que nada le
envidia al Dr. Emmett Brown.
Eusebio de
Cesaréa era arrianista, es decir, apoyaba a Arrio de Alejandría y era de
hecho su obispo. El arrianismo promulgaba dentro de su doctrina que el hijo, en
este caso Jesús de Nazaret estaba supeditado al padre y no daba credibilidad a
la trinidad. El arrianismo fue tan fuerte que la ortodoxia tuvo que hilar muy
fuerte para evitar que esta doctrina triunfase en Roma. En el concilio de
Antioquia, Arrio es declarado hereje por la ortodoxia y por lo tanto sus
obispos. En el concilio de Nicea, años después, Eusebio de Cesaréa ya
convencido de lo erróneo del arrianismo no tiene reparo alguno para ratificar
la condena a Arrio y es declarado biógrafo oficial de Constantino.
Ken Olson, un estudioso de la obra de Flavio
Josefo, concluye que el párrafo del testimonio Flaviano, en griego clásico, está
escrito en términos que no corresponden a la redacción y estilo de Flavio
Josefo sino al estilo y redacción de Eusebio de Cesaréa. Eusebio no es el único
interpolador del cristianismo y tampoco su obra queda solamente allí.
Eusebio es el autor del libro los Hechos de
Pilato, que luego se transforma en el Evangelio de Nicodemo y por el cual
Poncio Pilato es declarado santo del cristianismo para la iglesia cóptica. En
este evangelio Poncio Pilato se auto exime de su participación en la muerte de
Jesús de Nazaret y culpa a los judíos de haberlo engañado. Dicho evangelio
queda inmediatamente afuera del canon, así como docenas de otros evangelios,
durante el concilio de Hipona, donde Irineo de Lyon plantea el criterio para
definir que los evangelios deben ser solo cuatro. El argumento de Irineo fue que cuatro son los
vientos, cuatro las esquinas de la tierra y por lo tanto la iglesia solo
necesita cuatro pilares. Esa es la razón de tener cuatro evangelios en el nuevo
testamento.
Dentro de los muchos evangelios rechazados durante dicho concilio, uno fue especialmente atacado por Irineo de Lyon y me refiero al evangelio de Judas. Los argumentos en contra fueron muchos pero el mas extremo fue haber afirmado que este evangelio no existía y que por lo tanto no debería de aparecer dentro de los evangelios canónicos. Oh sorpresa! Cuando en 1974 aparece una copia de dicho evangelio en una cueva en Egipto.
Pero la pseudoepigrafía no queda allí nada más.
Hoy se sabe, gracias a los estudios filológicos sistemáticos de los textos
gnósticos descubiertos en Nag Hammadi en el año 1947, que de las trece cartas atribuidas
a Saulo de Tarso (Pablo el apóstol de los Gentiles), solo las primeras cuatro
son del mismo autor, haya sido o no Pablo, el resto son de otros autores. Las
cartas pastorales finales tienen términos del léxico cristiano del siglo
segundo y no corresponden al siglo primero cuando supuestamente Pablo las escribe
o se las dicta a alguien más.
Otro ejemplo de pseudoepigrafía son las cartas
entre Séneca y Pablo en donde se leen un ir y venir de halagos entre ambos con
el objetivo de posicionar a Pablo en estratos de la intelectualidad de aquella
época.
No tomar en cuenta lo escrito con anterioridad
y seguir creyendo ciegamente en deidades, solo puede ser tomado más que como un
acto de fe. Y eso está bien, se puede creer en lo que uno quiera pero si se quiere
convencer a alguien de esta creencia, pues algo de evidencia hay que presentar,
al menos.
Por algo los líderes religiosos en todo momento
y aprovechando catástrofes naturales o guerras donde mueren miles de personas, hablan
siempre de no perder la fe y sobre qué hacer para no perderla. Tan frágil es la
fe en los dioses como para estarla constantemente fortaleciendo? Que grandes
afirmaciones necesitan grandes pruebas? No necesariamente, en el caso de las
deidades con una sola prueba, chiquitita, bastaría para el escéptico. El
problema es que no las hay.
Texto
inspirado, ampliado y parafraseado de cátedras de Iván Antezana y de Llogary Pujol.