sábado, 30 de enero de 2021

Un dia como hoy....hace 52 años


The Beatles suben al techo del edificio de Apple Records en 1969 para lo que seria su último concierto. La policía lo suspendió por el caos del tránsito que causó.




viernes, 29 de enero de 2021

Reflexiones sobre existencia e historicidad

            Alguien me pregunto en alguna ocasión si lo que dicen los textos sagrados puede ser corroborado por la historia. Una excelente pregunta ya que hemos visto desde los años setenta una serie de libros, ensayos y reportajes cuyos títulos versan más o menos así: La biblia tiene razón…encuentran tal o cual sitio o ciudad que aparece en el libro tal y tal… etc. Hay algunos de estos estudios que han sido bien estructurados y realizados por profesionales que han encontrado la ciudad de Troya, por ejemplo, guiándose por lo que dice la biblia. Pero hay otros tan absurdos como el que afirma haber encontrado la tumba y los huesos de Jesús de Nazaret. Contradiciendo al libro sagrado que indica que hubo una ascensión a los cielos.

 

Para empezar, hay que reflexionar que cuando se habla de la existencia de los dioses en general, llámense éstos Zeus, Mitra, Moloch o cualquier otro, sabemos que no hay pruebas de su existencia, son evidentemente construcciones humanas. Y lo inferimos por la irracionalidad y amoralidad de sus acciones, algunos son presa de la ira, asesinos en masa, destructores por razones baladíes, promiscuos, y por eso inferimos que son sencillamente proyecciones del pensamiento humano en donde se reflejan todos sus defectos y virtudes.

 

Ya los presocráticos decían que era irracional creer en los dioses por estas mismas razones y con ironía decían que si los caballos pudieran dibujar, dibujarían a sus dioses con forma de caballo. Y es que en realidad esto de las deidades bondadosas actuales son constructos de lo que debería de ser el mundo: Lleno de amor incondicional, igualitario, justo, donde el bien triunfa sobre el mal, los malos con castigados y otras tantas utopías.

 

Igual son constructos toda la institucionalidad de intermediación entre el hombre y la divinidad, llamadas congregaciones, iglesias, mezquitas, sinagogas, asambleas;  creadas para la adoración, servicio devocional, holocausto o como quiera llamársele a tantos rituales organizados, absurdos y sin sentido orientados a alcanzar un horizonte ficticio.

 

Cuando se aborda este tipo de enfoque respecto de las deidades, el creyente de hueso colorado, al oír esto, toma la salida fácil y escapa por la puerta trasera, con el rabo entre las piernas y las manos en las orejas, invocando su fe y diciendo que para el existe su dios y que no le importa si hay o no evidencias; que él cree que existe y por lo tanto existe. Lo siento aquí en mi corazón –dice poniendo la mano en el pecho - y tiende entonces a entrar en fase de negación ante la falta de evidencias, a encerrarse en su mundillo imaginario y para fortalecer su creencia empieza a relacionarse solo con personas que piensan como él.

 

A tal punto llega la ensimismada doctrinaria, que llegan a inventar formas rebuscadas de auto convencerse de sus creencias. Incluso llegan a inventar delitos imaginarios como el pecado o la herejía, que por cierto, en algunos grupos se castiga con la expulsión y desconocimiento social, y en otros, con la muerte física simplemente por poner en duda la existencia de su amado dios.

 

Otros grupos elaboran listas de libros prohibidos que obviamente no hay que leer, queman bibliotecas enteras o mandan a masacrar grupos de personas porque no piensan como ellos. Tal el ejemplo y destino de la biblioteca de Alejandría y de los Cátaros al sur de Francia mandados a matar por el papa Inocencio.

 

Pero vivimos en América y aquí fácilmente y sin mucho esfuerzo rechazamos la existencia de los dioses egipcios, griegos, romanos, orientales, etc. con excepción del dios de cualquiera de las religiones que vienen de la descendencia de Abraham. Recordemos que el judaísmo y el cristianismo vienen por la línea de Isaac y el Islam por la de Ismael. Durante la invasión española en América, los dioses mayas y sus lugares sagrados fueron borrados de la historia por la imposición del dios cristiano y luego de cinco siglos, pocas personas ponen en tela de juicio su existencia.

 

Y es que en principio no podemos decir que un dios existe porque yo creo que existe y porque gran número de personas así lo creen. El consenso de la mayoría no es necesariamente la verdad. Antes de Aristóteles todo el mundo creía que el mundo era plano pero esa creencia mundial no le quito un milímetro a su esfericidad.

 

Los asuntos de fe, que son totalmente irracionales, entran en la categoría de las opiniones y está bien. Todo el mundo tiene derecho a tener su propia opinión. A lo que no tiene derecho es a tener sus propios hechos. Los hechos son o no son, independientemente de lo uno crea.

 

En este punto tenemos que recordar que al hablar de evidencias, la carga de la prueba radica, como en el caso de la existencia de los dioses, en la persona que hace la afirmación. Si yo digo que durante la primera mitad del siglo primero de la era común, existió alguien llamado Jesús de Nazaret (Joshua ben Josef) y se nos da una ubicación temporal y espacial específica, entonces la hipótesis histórica debe ser confirmada con evidencias al respecto. Evidencias que por cierto, para ser creíbles, deben provenir de fuentes independientes, verificables y con los criterios mínimos que establece el estudio de la historia.

 

                El problema de tener un solo libro sagrado, escrito por los mismos creyentes, como única fuente de información, es que no hay forma de verificarlo en relación con otras fuentes independientes, por lo tanto no hay contra que compararlo.

 

Otro problema es que todos los libros sagrados se definen a sí mismos como verdaderos ¨Este libro contiene la verdad porque está escrito/inspirado por dios y como está escrito/inspirado por dios entonces contiene la verdad¨  y llegan así, inevitable y convenientemente, a un principio tautológico, irresoluble por definición y no valido para el análisis histórico. 

 

Pero sucede que filólogos, historiadores y especialistas en cristianismo primitivo saben perfectamente que de las aproximadamente 200 obras escritas en el tiempo de Jesús que a la fecha sobreviven y cuyos autores son judíos, griegos y romanos del siglo primero, en ninguna de ellas se hace mención de un Jesús de Nazaret. Ni siquiera Filón de Alejandría ni Justo de Tiberíades, quien fue un historiador galileo contemporáneo, lo mencionan en lo absoluto.

                           

Por supuesto que los creyentes responden, en forma casi automática, que dichos autores no lo mencionan porque le tenían envidia, celos o porque el diablo actuaba en ellos. De la misma forma, los más instruidos, acuden a las supuestas evidencias que aparecen en la carta escrita por Plinio el Joven al emperador Trajano, en un texto de Suetonio y por supuesto en el famoso testimonio Flaviano. Sin embargo en estos casos se trata básicamente de situaciones claramente identificadas por paleógrafos: son corrupciones de nombres y de interpolaciones, ya sea por incompetencia o maledicencia.

 

El caso más famoso y estudiado es el de Flavio Josefo (José hijo de Matías), historiador judío, quien en el año 64 escribe en Roma sus obras Las Guerras de los Judíos y Antigüedades de los Judíos. Estas obras permanecieron en poder de las elites intelectuales y políticas de Roma hasta que a finales del siglo segundo, cuando son apropiadas por apologistas cristianos, entre ellos Clemente de Alejandría y su discípulo Orígenes y por Irineo de Lyon, principalmente.

 

Es interesante que estos apologistas cristianos, que conocían la obra de Flavio Josefo, no mencionen el testimonio Flaviano en sus propias obras. El famoso párrafo donde se menciona a Jesús de Nazaret -el Cristo- aparece súbitamente en el libro 18, de las Antigüedades de los Judíos, solo a partir de principios del siglo cuarto, ya que en copias anteriores no se encuentra.

 

Este párrafo es esgrimido a partir de esa época como la gran prueba histórica de la existencia de Jesús de Nazaret por Eusebio de Cesaréa, quien es nada menos que el padre de la historia de la iglesia de acuerdo con los católicos. Entre las muchas obras de Eusebio existe una particularmente interesante y es una correspondencia enviada por él al príncipe de Edesa, quien en ese tiempo se había declarado cristiano seguidor de Jesús y que había hecho una significativa contribución económica a la iglesia; Eusebio le obsequia una carta escrita por el puño y letra del mismísimo Jesús de Nazaret donde felicitaba a ese príncipe por creer en él. Claro que esto se explica porque siendo Jesús de Nazaret un dios pues sabía, 400 años antes, que iba a existir un príncipe de Edesa que iba a creer en él. Un bucle temporal que nada le envidia al Dr. Emmett Brown.

 

Eusebio de  Cesaréa era arrianista, es decir, apoyaba a Arrio de Alejandría y era de hecho su obispo. El arrianismo promulgaba dentro de su doctrina que el hijo, en este caso Jesús de Nazaret estaba supeditado al padre y no daba credibilidad a la trinidad. El arrianismo fue tan fuerte que la ortodoxia tuvo que hilar muy fuerte para evitar que esta doctrina triunfase en Roma. En el concilio de Antioquia, Arrio es declarado hereje por la ortodoxia y por lo tanto sus obispos. En el concilio de Nicea, años después, Eusebio de Cesaréa ya convencido de lo erróneo del arrianismo no tiene reparo alguno para ratificar la condena a Arrio y es declarado biógrafo oficial de Constantino.

 

Ken Olson, un estudioso de la obra de Flavio Josefo, concluye que el párrafo del testimonio Flaviano, en griego clásico, está escrito en términos que no corresponden a la redacción y estilo de Flavio Josefo sino al estilo y redacción de Eusebio de Cesaréa. Eusebio no es el único interpolador del cristianismo y tampoco su obra queda solamente allí.

 

Eusebio es el autor del libro los Hechos de Pilato, que luego se transforma en el Evangelio de Nicodemo y por el cual Poncio Pilato es declarado santo del cristianismo para la iglesia cóptica. En este evangelio Poncio Pilato se auto exime de su participación en la muerte de Jesús de Nazaret y culpa a los judíos de haberlo engañado. Dicho evangelio queda inmediatamente afuera del canon, así como docenas de otros evangelios, durante el concilio de Hipona, donde Irineo de Lyon plantea el criterio para definir que los evangelios deben ser solo cuatro. El argumento de Irineo fue que cuatro son los vientos, cuatro las esquinas de la tierra y por lo tanto la iglesia solo necesita cuatro pilares. Esa es la razón de tener cuatro evangelios en el nuevo testamento. 


Dentro de los muchos evangelios rechazados durante dicho concilio, uno fue especialmente atacado por Irineo de Lyon y me refiero al evangelio de Judas. Los argumentos en contra fueron muchos pero el mas extremo fue haber afirmado que este evangelio no existía y que por lo tanto no debería de aparecer dentro de los evangelios canónicos. Oh sorpresa! Cuando en 1974 aparece una copia de dicho evangelio en una cueva en Egipto. 


Pero la pseudoepigrafía no queda allí nada más. Hoy se sabe, gracias a los estudios filológicos sistemáticos de los textos gnósticos descubiertos en Nag Hammadi en el año 1947, que de las trece cartas atribuidas a Saulo de Tarso (Pablo el apóstol de los Gentiles), solo las primeras cuatro son del mismo autor, haya sido o no Pablo, el resto son de otros autores. Las cartas pastorales finales tienen términos del léxico cristiano del siglo segundo y no corresponden al siglo primero cuando supuestamente Pablo las escribe o se las dicta a alguien más.

 

Otro ejemplo de pseudoepigrafía son las cartas entre Séneca y Pablo en donde se leen un ir y venir de halagos entre ambos con el objetivo de posicionar a Pablo en estratos de la intelectualidad de aquella época.

 


No tomar en cuenta lo escrito con anterioridad y seguir creyendo ciegamente en deidades, solo puede ser tomado más que como un acto de fe. Y eso está bien, se puede creer en lo que uno quiera pero si se quiere convencer a alguien de esta creencia, pues algo de evidencia hay que presentar, al menos.

 

Por algo los líderes religiosos en todo momento y aprovechando catástrofes naturales o guerras donde mueren miles de personas, hablan siempre de no perder la fe y sobre qué hacer para no perderla. Tan frágil es la fe en los dioses como para estarla constantemente fortaleciendo? Que grandes afirmaciones necesitan grandes pruebas? No necesariamente, en el caso de las deidades con una sola prueba, chiquitita, bastaría para el escéptico. El problema es que no las hay.

 

Texto inspirado, ampliado  y parafraseado de cátedras de Iván Antezana y de Llogary Pujol.